El
deporte es un fenómeno social y como tal exige ser aprehendido en su contexto histórico
y sociológico. A mayor comprensión de las claves históricas y de la estructura
social en la que se inserta el hecho deportivo mejor entenderemos éste; ya la inversa,
su conocimiento y estudio mejorará la comprensión de nuestra propia sociedad (Elias,
1992). Siendo consecuentes con la reflexión precedente, en este breve documento
se va a ofrecer una visión histórica sobre la relación entre la violencia y el
deporte, para finalizar analizando el papel del deporte en la sociedad actual
en relación a la violencia y la educación.
DEPORTE,
VIOLENCIA Y CIVILIZACIÓN
Abordar
desde una perspectiva histórica la relación entre violencia y deporte obliga a
referirse al trabajo de Norbert Elias y Eric Dunning Deporte y Ocio en el Proceso
de la Civilización (1992). Ambos autores ayudan a superar la idea generalizada
que existe en cuanto a considerar todo proceso de civilización como algo
opuesto a cualquier tipo de violencia. Si tradicionalmente ambos conceptos se
habían considerado antitéticos, su trabajo evidencia que uno y otro se caracteriza
por formas específicas de interdependencia. La violencia no desaparece con la civilización,
se transforma. La civilización se sustenta en gran medida en el control
monopolístico por parte de los Estados modernos emergentes de los instrumentos
y uso de la violencia.
Tras
un período de luchas violentas entre reyes y señores feudales se produjo en Europa
el establecimiento de monopolios de gobierno fuertes, estables y efectivos, sustentados
en dos grandes derechos reforzados mutuamente: el derecho a hacer uso de la
fuerza y el derecho a imponer impuestos. Transformaciones sociales que propiciaron
intensos procesos civilizadores y de pacificación en el interior de los nuevos
Estados y con ellos el crecimiento de la riqueza.
Estos
cambios en el entramado social dejaron su huella también en la propia estructura
psicológica de los individuos, los cuales al verse desposeídos de sus competencias
bélicas, incluso de defensa (física) personal, desarrollaron mecanismos
mentales que les facilitaron el desempeño de su nuevo rol. Las personas sentían
como disminuían sus deseos de protagonizar y presenciar sucesos extremadamente
crueles y violentos.
Un
repaso histórico a los juegos competitivos existentes a lo largo de diferentes épocas:
Grecia y Roma Antigua, la Edad Media, el Renacimiento y finalmente los siglos
XVIII y XIX, confirma claramente esta evolución civilizadora. A pesar de que el
moderno movimiento olímpico se ha esforzado por utilizar el modelo deportivo de
la antigua Grecia como ideal de nobleza y ha tratado de identificarse con él
(Barbero, 1993), la mayor parte de los historiadores han puesto de manifiesto
que los ejercicios físico– competitivos realizados en aquella época eran incomparablemente
más violentos que los deportes actuales. El pancracio, modalidad de combate
integrada en los concursos olímpicos antiguos (siglo IV a. de J.C.) es un
ejemplo evidente. En ella estaban permitidos golpes de todas clases: patadas,
mordiscos, torceduras, dislocaciones y hasta el mismo estrangulamiento. El
grado de violencia física tolerado era incomparablemente más elevado que el
admitido actualmente en cualquier deporte de lucha. Si con respecto a Grecia
podían existir algunas dudas por la sesgada interpretación que se ha hecho de
su «modelo deportivo», con respecto a los juegos romanos ha existido siempre
una total unanimidad en calificarlos como enormemente crueles.
La
brutalidad de los combates de gladiadores es de sobras conocida. Este clima de
violencia no se limitaba a la arena de los Circos, también afectaba al
comportamiento de los asistentes a dichos espectáculos que con frecuencia
tenían que ser controlados mediante porras y látigos. Las ya clásicas facciones
de «verdes» y «azules» protagonizaron sucesos gravísimos que llegaron incluso a
ocasionar 30.000 muertos.
Como
se ha señalado las 39 víctimas en el estadio Heysel de Bruselas (Rimé et al.,
1985), e incluso los 318 estimados en el partido Perú Argentina jugado en Lima en
1964, la peor catástrofe del fútbol en nuestros tiempos, se sitúan y no se
trata evidentemente de restar un ápice de importancia a esos trágicos hechos en
una perspectiva bastante diferente (Dunning et al., 1988a).
Durante
la Edad Media los torneos, ejercicios restringidos a caballeros y señores, experimentaron
asimismo un claro descenso en cuanto a los niveles de violencia real tolerada
en ellos. Los controles para regular los excesos violentos ocasionados con motivo
de estas prácticas fueron cada vez mayores. En relación a los juegos de pelota
practicados en el Renacimiento y considerados por muchos como los primeros
antecedentes de algunos de los deportes actuales más conocidos como el fútbol o
el rugby, debe decirse que se caracterizaban por un escaso nivel de
organización. Esta menor regulación y normalización se evidencia en cuestiones
tales como el número variable de participantes en ellos, llegándose incluso a
sobrepasar el millar; la no necesaria igualdad numérica entre los equipos contendientes;
la enorme variabilidad en las reglas según las zonas geográficas en las que se
practicaba; o en la falta de lugares definidos en los que desarrollarse el juego
el cual podía celebrarse en las propias calles de las ciudades o en pleno campo.
Pese
a esta evidente heterogeneidad se destaca no obstante un rasgo común a todos
estos juegos populares de pelota, y era que implicaban un nivel general de violencia
física mucho más alto que el que hoy en día se permite en el rugby, fútbol u otros
juegos parecidos. Desde nuestra perpectiva actual los tacharíamos sin duda de enormemente
salvajes y brutales (Dunning et al. 1981, 1988b). El progresivo proceso de
reglamentación que experimentaron tanto los ejercicios de caza, de lucha, las
propias competiciones atléticas y por supuesto los más modernos juegos de
pelota durante los siglos XVIII y XIX, se encuentra estrechamente relacionado
con el menor grado de violencia tolerada en ellos. Todas las transformaciones
sufridas por estas modalidades las encaminaban hacia formas mucho más
organizadas, institucionalizadas, estables y desde luego menos violentas y más
civilizadas. Aspectos formales como la limitación en el número de jugadores y la
igualdad numérica entre los adversarios, la aparición de reglas escritas, e
incluso determinados cambios en las actitudes mentales de los propios jugadores
en el sentido de un mayor autocontrol en el uso de la fuerza física, son claros
ejemplos de dicha evolución.
En
definitiva el deporte moderno emerge como reflejo micro cósmico del proceso civilizador
general que experimentaron nuestras sociedades. A pesar de que siempre que
ocurre algún incidente violento grave en los espectáculos deportivos actuales
se alzan voces señalando que el nivel de violencia deportiva está alcanzando
cotas sin precedentes (Carroll, 1980), lo cierto es que el rigor de los
análisis sociológicos muestran con toda claridad el menor grado de violencia
física admitido en los actuales eventos deportivos en comparación con cualquier
otro período histórico. La propia alarma social que origina cualquier tragedia
o accidente que sucede en ellos actualmente es la mejor constatación de esta
mayor sensibilidad social existente (Dunning et al., 1988c). El propio fenómeno
del vandalismo en el fútbol, que podría interpretarse como un retroceso en esta
evolución, ha servido para sentar las bases de otro empuje civilizador todavía
mayor en los modernos espectáculos deportivos (Dunning et al.,1984).
La
tragedia de Heysel provocó tal reacción social y política, tanto a nivel
nacional como internacional (Rimé y Leyens, 1988), que el problema de la
inseguridad en el interior de los recintos deportivos se encuentra
prácticamente en vías de extinción. Ahí están sino las reformas arquitectónicas
obligatorias en los grandes estadios de fútbol europeos, donde todo espectador
debe permanecer sentado durante el evento, e incluso la desaparición progresiva
de las vallas que rodean los terrenos de juego (Dunning et al., 1992).
El
fútbol profesional, máximo exponente del deporte espectáculo en prácticamente todo
el mundo, está experimentando una clara transformación hacia lo que podríamos
denominar el modelo de deporte espectáculo norteamericano. Entre los cambios
que se detectan apuntamos entre otros: un peso cada vez mayor del sentido comercial
y espectacular del mismo; la generación de un disfrute emocional mucho que el
autor acaba de publicar.
Mientras
en Inglaterra la práctica totalidad de estadios ya han suprimido las vallas, en
nuestro país el F.C. Barcelona ha sido el primer club al que se le ha
permitido, con carácter experimental, dicha supresión. En marzo de 1995 la
Federación Española de Fútbol anunciaba definitivamente la eliminación de la más
racional, festivo y civilizado; un clima de mayor seguridad y comodidad en los estadios
que incita a asistir a los mismos en familia; y el encarecimiento del coste de las
localidades lo que eleva significativamente el estatus socioeconómico de los asistentes.
Todos ellos, evidentemente, fenómenos estrechamente interrelacionados. El
último mundial de fútbol celebrado en EE.UU. o la reciente Eurocopa
desarrollada en Inglaterra han sido claros exponentes de esta evolución. Es
lógico que en estas condiciones la violencia física, en cualquiera de sus
formas, encuentre en estos espectáculos un rechazo social cada vez más elevado.
Evidenciar
el proceso civilizador de nuestras sociedades no debe interpretarse, en modo
alguno, como una invitación al conformismo o al conservadurismo, todo lo contrario.
El progreso humano y social, por su propia esencia, debe hacer de nosotros
individuos cada vez más exigentes con nuestro entorno y con nosotros mismos.
SENATUS LUCSON
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